En parte animal y en parte divino, en parte finito y en parte infinito, el ser humano necesita soluciones para resolver esa contradicción.
Tradicionalmente, siempre que se ha querido catalogar al ser humano dentro de las distintas especies naturales, se ha dicho que era un "animal racional". Pero, ¿hasta qué punto es cierta esta frase en apariencia contradictoria?
Los animales viven mediante leyes biológicas naturales, forman parte de la Naturaleza y nunca van más allá. No tienen conciencia de carácter moral, ni de ellos mismos, ni de su existencia; no tienen capacidad de penetrar racionalmente más allá del aspecto físico de las cosas. La existencia animal es armónica con respecto a la Naturaleza, o sea, el animal está equipado por ésta para hacer frente a las mismas circunstancias que va a encontrar en ella, y que le van a permitir su subsistencia.
Sin embargo, el hombre es esencialmente distinto. Sin entrar en la polémica de su origen ni de su proceso evolutivo, el hombre sí tiene conciencia de sí mismo, posee una razón y una imaginación que rompen el equilibrio que caracteriza la existencia animal, se da cuenta de sus limitaciones y prevé su propio fin: la muerte. Pero esa razón que lo enaltece también le causa problemas, pues le obliga a luchar por resolver una difícil situación, una bifurcación aparentemente insoluble, esto es, encontrar la armonía en un estado de desequilibrio constante. La vida del hombre no puede "ser vivida" según el patrón de su especie; tiene que vivirla él mismo. No puede volver atrás; tiene que seguir desarrollando su razón hasta hacerse dueño de sí mismo.
El mito del Edén es, posiblemente, el que describe más correctamente la pérdida de la inocencia del hombre. En un principio vivía feliz, en paz con la Naturaleza y con Dios. Pero un día apareció el deseo y mordió la manzana prohibida. Aquel día fue consciente de sí mismo y conoció la libertad, pero "Dios" no le enseñó a utilizarla. Desde entonces, la evolución del ser humano se basa en el hecho de que ha perdido su "paraíso" original y nunca podrá regresar a él. Ahora posee algo único y singular: la conciencia, y ésta le empuja a seguir un sólo camino: encontrar un nuevo Edén, una nueva patria creada por él, haciendo del mundo un mundo humano y haciéndose él mismo verdaderamente humano.
A finales del siglo XV, Pico de la Mirándola escribió en su Oratio de hominis dignitate (Discurso sobre la dignidad del hombre): No te di, Adán, un puesto determinado ni un aspecto propio. Te puse en el centro del mundo, con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en él. No te hice celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que te hicieras a ti mismo. Podrás, de acuerdo con tu voluntad, degenerar hacia las cosas bestiales, o podrás regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas...
El problema de la existencia humana es único en toda la Naturaleza, pues el hombre ha trascendido esta misma Naturaleza; pero, por decirlo así, aún está en ella. Es en parte animal y en parte divino, en parte finito y en parte infinito. No puede vivir estáticamente; toda su vida está determinada por la alternativa inevitable de retroceder o progresar. Necesita encontrar soluciones siempre nuevas para resolver esa contradicción, formas de unión con su entorno y con sus semejantes. En la medida que el hombre también es animal, precisa perentoriamente satisfacer sus aspectos fisiológicos e instintivos (hambre, apetito sexual, etc.), pero en la medida que el hombre es humano, la satisfacción de los instintos no le basta para hacerlo feliz, ni siquiera para mantenerlo sano y equilibrado psíquicamente; requiere solventar las necesidades provenientes de las condiciones de su propia existencia.
A lo largo de la historia, muchos pensadores y humanistas trataron de encontrar una solución a los problemas humanos. Actualmente, la psicología moderna está en gran parte influenciada por la aportación de Freud. Él intentó buscar el origen que motivan las pasiones y los deseos en la libido. Pero, aunque el impulso sexual y sus derivaciones son muy poderosos, no es el aspecto más importante del hombre, y su insatisfacción no es la causa de sus problemas más importantes. En realidad, la enorme energía de las fuerzas que producen las enfermedades mentales, así como la de las que se esconden detrás de algunas conductas sociales, no debe entenderse como resultado de necesidades fisiológicas frustradas o sublimadas.
Todos los hombres son potencialmente idealistas y no pueden dejar de serlo, si entendemos por idealismo la actitud de buscar soluciones específicamente humanas y que trasciendan las necesidades corporales e instintivas; el problema es que muchas veces no elegimos la vía adecuada. La elección del camino correcto se debe hacer en base a nuestro conocimiento de la naturaleza humana y de las leyes que rigen su desarrollo. Pero, ¿cuáles son esas necesidades propias del hombre?